A veces uno se acerca a la ventana y, hacia abajo, la gente hormiga transita confundida; a veces uno abre las manos para sentir el vacío y disipar la verde niebla que inunda el balcón de algún cuarto o quinto piso; a veces uno mira el horizonte y entre los edificios algún arcoíris promete un “otro lado” con todo y su duende y su tesoro; pero a veces uno sólo mira edificios, sin horizonte ni pedacitos de cielo ni ollas de oro, no hay quintos pisos ni gente hormiga ni nada.

A veces uno se encuentra a ras de piso, se asoma a la ventana, y cree que lo que hay detrás del cristal es el jardín de un nuevo hogar.

Pero ahora que me acerco a la ventana, no veo nada. Pero sí hay un duende.

Extensión de dolor


Dueles a cada paso
de las calles que camino
y no vas a mi lado.
En los atardeceres
…los de todos los días.
Y los amaneceres.

Dueles en los rincones
en tu sombra
que nunca piso
…en el aire
…por eso no respiro
Dueles en los besos
de otros
en las manos
de otros
en los huecos
y en los vicios
y en los sueños
y en los vacíos
Dueles en las horas
(todas las horas)
cuando me siento a escribir
y te me pierdes entre las letras.
Te me escurres de las manos.
Como se me escurre el agua…
o el tiempo...
…la tinta
…la vida
¡carajo
la vida!
Dueles en los espasmos
(ficticios)
de mis entrañas.
Dueles en la poesía
…la noche
…el silencio
…y el ayer…
En el listón de plata que me ataste a la muñeca
me Dueles en la cintura
y en los brazos
y en la herida
(de la otra… otras…)
Dueles en estos labios que se marchitan.
En estas manos frías
que se quiebran de tristeza.
Dueles en la huella de mis pasos rotos…
…pasos de otros