A veces uno se acerca a la ventana y, hacia abajo, la gente hormiga transita confundida; a veces uno abre las manos para sentir el vacío y disipar la verde niebla que inunda el balcón de algún cuarto o quinto piso; a veces uno mira el horizonte y entre los edificios algún arcoíris promete un “otro lado” con todo y su duende y su tesoro; pero a veces uno sólo mira edificios, sin horizonte ni pedacitos de cielo ni ollas de oro, no hay quintos pisos ni gente hormiga ni nada.

A veces uno se encuentra a ras de piso, se asoma a la ventana, y cree que lo que hay detrás del cristal es el jardín de un nuevo hogar.

Pero ahora que me acerco a la ventana, no veo nada. Pero sí hay un duende.

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